En la dulce espera: el Santo Adviento
El ajuste de la Navidad en el calendario religioso parte también con un proceso anual de preparación espiritual: el Santo Adviento o Tiempo del Adviento. El nombre proveniente del latín adventus, que significa “venida”, “advenimiento”. El concepto de “venida” se usa en los libros de santos para describir el arribo de Cristo como Redentor, pero también para anunciar su segunda llegada al mundo anunciada en las escrituras, como juez de todos los hombres y todos los pueblos.
Por lo general, el período del Adviento suele quedar comprendido entre el domingo más cercano al 30 de noviembre, hasta la misma Nochebuena, por lo que son cuatro semanas en estado de la liturgia, entonces. La tradición, basada en ritos de Hispania y Galia entre fines del siglo IV e inicios del V, exigía así que abarcara los cuatro domingos previos a la Navidad simbolizados cada una en la adición de una vela en un candelero artístico, corona floral o centro de mesa con ciertos alcances de altar, por lo que su duración podía ser de 22 a 28 días especialmente dedicados a la espera.
La presencia y la tradición del Tiempo de Adviento en la sociedad chilena es descrita por Gabriel Guarda O.S.B. en “La Edad Media de Chile”. También se refiere a su calce dentro del calendario general de las celebraciones de diciembre:
Componen el ciclo temporal, el adviento-navidad; la cuaresma, precedida de los tres días del carnaval; la semana santa con su culmen, la pascua; y las fiestas que le siguen, el pentecostés y Corpus Christi. Es indudable que estos tiempos permiten la profundización de los misterios centrales de la fe, pues con su reiteración anual no sólo actualizan lo sabido, sino lo profundizan. (…)
El adviento, pequeña “cuaresma”, en cuanto a ayunos y color de ornamentos -morados-, era invadida por la expectación de la navidad, con las novenas del Niño Jesús, veladas y villancicos, que culminaban con la navidad misma, oportunidad en que dentro de las casas se armaban “belenes”, dando lugar a “concurso” de gente, como los llamarían los sínodos, proclives al escándalo, por lo que fueron objeto de constante moderación.
En palabras sencillas, entonces, el Adviento se refiere a la disposición anímica de la fe para aguardar por la Navidad, con algunos símbolos que le han sido muy propios e icónicos de ella, como las cuatro velas o cirios de cada domingo, a las que algunos agregan una quinta y mayor para el día 25 de diciembre que cierra la espera. Generalmente, el morado es el color litúrgico dominante en representación de la penitencia, aunque puede variar a rojo, blanco o azul, especialmente en el uso doméstico. En este ambiente de recogimiento, además, debe darse la meditación profunda y familiar sobre el pasado, presente y futuro de la relación de la feligresía con la fiesta principal, simbolizados en el nacimiento de Cristo, la vida actual observante de la fe y el futuro con la segunda venida del Mesías o Parusía.
De acuerdo a Erin Blakemore en artículo de “National Geographic” (“¿Qué es el Adviento y cuándo se celebra?”, 4 de diciembre de 2023), el origen del Adviento podría remontarse a ritos del norte de Italia, con la consolidación del cristianismo en el siglo V. En la centuria siguiente, además, los franceses celebraban la Cuaresma de San Martín, obispo de Tours y patrono de los soldados cuyo día es el 11 de noviembre. San Martín exigía desde ese día cinco semanas de “cuaresma” antes de la Navidad: penitencias, abstención sexual, ayunos y actos de ofrenda. Su similitud con el Adviento es, por lo tanto, bastante notoria.
En el Adviento no se podían hacer bendiciones solemnes de matrimonio o velaciones, según estableció el Santo Concilio de Trento a mediados del siglo XVI. La restricción se extendía por todo este período hasta el Día de la Epifanía o de los Reyes Magos. Cada uno de sus cuatro domingos, Días del Señor llamados domínicas, en la espera de Navidad representa algún valor importante para las virtudes humanas y divinas, alegorizadas en el encendido de las señaladas velas:
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Primer Domingo: la Esperanza, que demanda vigilancia.
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Segundo Domingo: la Paz, que exige paciencia, alusivo a Juan Bautista.
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Tercer Domingo: el Gozo, también alusivo al Bautista, que demanda alegría.
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Cuarto Domingo: el Amor, que entre católicos se centra en la Virgen María como Madre de Cristo, exigiendo preparación para el misterio navideño.
Cabe observar que aquellos son los mismos conceptos que están en algunos populares villancicos clásicos, además: aparecen sugeridos, por ejemplo, entre la letra original en alemán del famoso y universal “Stille Nacht, heilige Nacht” (“Noche de paz, noche de amor”) de Joseph Mohr y Franz Xaver Gruber en 1816, más tarde traducida al castellano por Fritz Fliedner.
Se sabe también que las fechas santorales y sus dispositivos de “cuentas” equivalentes a la corona de velas del Adviento existían en tiempos antiguos entre paganos, judíos, paleocristianos y musulmanes. Entre otras cosas, era la forma de orientar a los habitantes de un barrio o pueblo en la espera de fiestas del calendario o en los períodos relativos a los ciclos de la agricultura, por ejemplo. La presencia de las velas, a su vez, como en muchos de sus usos para ritos de ceras y ofrendas, está en sintonía con el pasaje bíblico de Juan 8, 12: “Y Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. San Juan Evangelista celebra su fecha cada 27 de diciembre, dicho sea de paso, sólo dos días después de Navidad.
Ya en tiempos tempranos de la Colonia se seguía un sencillo pero rígido orden para que las congregaciones quedaran encargadas de cada uno de los domingos del Adviento. Esta distribución de días preestablecidos respondía al que se daba por la Iglesia española de acuerdo a la antigüedad de cada orden o “religión” establecida en el territorio, encargando en ese orden la ejecución de la llamada Domínica, entonces. Esto aparece tal cual, por ejemplo, en las actas del Sínodo de 1644-1645 realizado en la ciudad de Concepción, Chile:
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Primera Domínica de Adviento: Orden de Santo Domingo o de Predicadores.
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Segunda Domínica de Adviento: Orden de San Francisco de Asís.
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Tercera Domínica de Adviento: Orden de San Agustín.
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Cuarta Domínica de Adviento: Compañía de Jesús.
Después del Sínodo de Santiago de 1688, durante el establecimiento de las “Reglas, consuetas e instituciones consuetudinales de la Iglesia Catedral de Santiago de Chile”, celebradas el 20 de diciembre del año siguiente por fray Bernardo Carrasco de Saavedra, vemos también que la clerecía define como una fiesta obligatoria y de convocación necesaria al Adviento, “a que deben asistir todos, y a todas horas”. Está así a la altura de otros períodos de devoción y penitencia como los domingos de Cuaresma, la Semana Santa, las Octavas del Corpus Christi, etc. Sobre el uso de las ceras en las velas, el manual establece algo también, dejando claro que era un producto bastante valioso:
Por cuanto los cortos medios de esta Iglesia no permiten exceso alguno en los gastos para el Culto de ella, sino que se conformen con su posibilidad: mandamos, que las Fiestas, y Días de Santos Dobles se ponga a Vísperas, y Misa Mayor cuatro velas en el Altar Mayor, y dos a la imagen de María Santísima Nuestra Señora, que está sobre el sagrario; y en los demás días que no son Santos Dobles, y en las Domínicas del Adviento, y Cuaresma se pongan cuatro velas a Vísperas, y Misa Mayor; y en los Días Feriales solas dos; como también los maitines y cuatro horas.
Agrega el reglamento sinodal, además, que sería obligación de los curas de la Catedral y demás ciudades lo siguiente:
Que los domingos de Adviento y Cuaresma expliquen por la tarde la doctrina, precediendo la señal de la campana, desde las dos hasta que comience a explicación, pena de cuatro pesos. Y a los vecinos se manda, envíen a ella a la gente de su servicio.
Con respecto al orden en que debía darse el programa del Adviento y otras fiestas, además de la tabla de sermones, el manual no deja de arrojar información interesante con la taxativa distribución en la tabla de órdenes religiosas encargadas de cada domingo. Basada así en “lo que por costumbre reglada de las iglesias de las Indias se observa en dichos tiempos, y domínicas de Adviento, según la antigüedad de dichas religiones”, esta será repetida en el Sínodo de Concepción de 1744. El reglamento fue rubricado el 8 de diciembre de ese año en la ciudad penquista, por el obispo Pedro Felipe de Azúa e Iturgoyen.
Representación de un Adviento católico hogareño, año 2016. Imagen base tomada del sitio de la Iglesia Chile. La costumbre es encender las velas de a una, sin embargo.
Adviento de la Iglesia Luterana de Talca, año 2012. Imagen base tomada del sitio FB de la Iglesia Luterana "Cordero de Dios" de Talca.
Altar con Adviento de la Iglesia Metodista, año 2018, con la vela del primer domingo recién encendida. Imagen base tomada del sitio FB de la Iglesia Metodista de Chile.
La tradición de la espera de los cuatro domingos también era cumplida por grupos protestantes en el todo mundo, quienes dejaron su impronta en ella: en 1838, el pastor luterano Johann Hinrich Wichern sentó en Alemania la tradición de la Corona del Adviento para orientar a los fieles y a los niños de la escuela en donde enseñaba, sobre la fecha de la espera del día del nacimiento. Esta primitiva corona estaba hecha de una rueda de carreta y varias velas que encendía por cada uno de los 19 días que faltaran para Navidad, además de decorarla con ramas verdes y frescas de pinos.
Al correr el tiempo, dicha Corona del Adviento se volvería similar a una corona ornamental de Navidad, más pequeña, dispuesta como centro de mesa o cerca del árbol navideño y con motivos florales (ramas y conos de pino, cintas, listones rojos representativos del amor a Cristo, flores y muérdagos, etc.), pero sólo con las velas dominicales que, como dijimos, en la tradición general suelen ser moradas, magentas, violáceos o fucsias excepto la tercera en muchos casos. Esta última aparece de color rosa o más pálido y corresponde al Domingo de Gaudete, momento de la alegría ante la inminencia de la llegada del Niño Dios, pasado el centro temporal de la espera. Además, grupos luteranos, metodistas y algunos anglicanos, entre otros, agregan a esta corona una vela central blanca o dorada, más grande y artística, similar a las que se emplean en la Pascua de Resurrección.
En otro aspecto de la tradición, las antiquísimas Antífonas del Adviento de "Las Oes" o Antífonas O (es la letra con la que comienzan todas) proceden de breviarios medievales aunque se cree que podrían haber comenzado en tiempos paleocristianos. Su existencia fue mencionada por el pensador y mártir romano San Severino Boecio, hacia el año 500. Desde entonces, se cantan en los últimos días de la espera dentro de la liturgia cristiana, a modo de alabanzas, coincidiendo también con la Novena de Navidad:
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17 de diciembre: O Sapientia (Oh, Sabiduría)
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18 de diciembre: O Adonai (Oh, Adonai)
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19 de diciembre: O Radix Jesse (Oh, Raíz de Jesé)
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20 de diciembre: O Clavis David (Oh, Llave de David)
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21 de diciembre: O Oriens (Oh, Amanecer)
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22 de diciembre: O Rex Gentium (Oh, Rey de las Naciones)
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23 de diciembre: O Emmanuel (Oh, Emmanuel)
En un artículo de Oreste Plath para la revista “En Viaje” (“¡Felices Pascuas!”, diciembre de 1945), comenta el autor sobre un hecho que ha sido bien conocido entre los observadores del Adviento y las oraciones navideñas: el oculto mensaje en las iniciales de las Antífonas (justo después la primera letra después de la O), cuyo orden inverso da por resultado “ERO CRAS”. En latín esto significa “Mañana estaré” o “Mañana vendré”, aludiendo al cumplimiento de la profecía del Nacimiento del Mesías.
Plath habla también de los preparativos que se hacían para el Santo Adviento dentro de los conventos de las monjas, de acuerdo a la descripción que dejó de ellos el padre Juan de Guérnica en “Historia y evolución del Monasterio de las Clarisas de Nuestra Señora de la Victoria en sus cuatro períodos”. Este claustro de clarisas estaba junto a la Plaza de Armas, en la ex calle Pero Gómez que pasó a ser llamada Monjitas, como vestigio de la presencia de la orden allí entre 1678 y 1821. Tomando la información de Guérnica, entonces, nos dice Plath:
En otros centros religiosos, había fiestas preparatorias de las solemnidades del “Nacimiento”, como lo era la Antífona de la “O”. Esta fiesta la celebraban las monjas del Monasterio de las Clarisas de Nuestra Señora de la Victoria, en el mes de diciembre, y tenía un carácter tradicional profano y piadoso. Ellas se realizaron con gran esplendor hasta el año 1896, tiempo hasta el cual duraron las seglares en el Monasterio.
Estas reuniones comenzaban al aproximarse la Navidad y para ello adoraban hasta la cocina del Monasterio.
Las seglares vestidas con trajes de carácter (unas de viejas con barbas de chivato, otras de huasas, algunas de moño alto, con grandes rosas de cintas de todos los colores), esperaban en la puerta del coro a que terminaran las vísperas; y luego que salían las monjas en fila y en dirección al refectorio, las seguían las seglares, cada cual con sus guitarras, tocando y cantando cogollos al Niño Jesús y a la Madre Abadesa. En el refectorio, tomaban asiento por orden de antigüedad. La mesa de a Madre Abadesa veíase adornada de flores y bandejas de dulces y regalos como en día de santo. A todas las monjas se les obsequiaban dulces, golosinas, helados e indispensablemente un cartucho de bolas de dulces de huesillo, lo que por ningún motivo podía faltar.
En el mismo acto, las seglares cantaban y amenizaban la celebración afuera del refectorio, mientras la superiora colocaba la imagen del Niño Dios de los Aguinaldos en la mesa, cantando la Antífona O correspondiente al día, seguida de loas a la propia abadesa. “Era el día de la O de la Madre y todo ese día de recreo y fiesta tornaba niñas a las siervas de Dios que cantaban villancicos y coplas al son de guitarras, campanillas y tambores”, señala el autor.
El primer Domingo de Adviento era considerado el tiempo que por excelencia precede a la Fiesta de Navidad y el inicio del año litúrgico en la tradición religiosa. Dicho de otro modo, el nuevo año de fe empezaba ahora, con el punto de partida y sin retorno para el Tiempo de Adviento en el calendario. Aunque dijimos es practicado también en el mundo protestante, la Iglesia Católica tomaba esta fecha especialmente como suya para hacer meditar a la feligresía sobre prepararse para la celebración del Nacimiento de Cristo y la salvación en la proximidad del Juicio Final. También exhortaba a seguir enseñanzas como la de abandonar la búsqueda excesiva de bienes materiales en desmedro de la espiritualidad y del amor, siempre poniendo a Jesús como principal referente a imitar. Desde un lado más laico se organizaban también conciertos de música selecta y villancicos de Adviento, en diferentes ciudades.
Leyes especiales sobre ayuno y abstinencia fueron promulgadas por el arzobispo José Horacio Campillo para los fieles del arquidiócesis, hacia inicios de 1938 y valiéndose de las facultades apostólicas que le había concedido la Santa Sede a los ordinarios de Hispanoamérica. El período de preámbulo navideño aparece mencionado allí en el punto uno, referido al ayuno sin abstinencia, que se asignaba a los Miércoles de Cuaresma, el Jueves Santo y el Viernes de las Témporas de Adviento. El ayuno con abstinencia, en cambio, quedaba acotado en el Miércoles de Ceniza y los Viernes de Cuaresma.
Ya en los años cuarenta, los Domingos de Adviento iban acompañados de transmisiones radiales de contenido cristiano en las mañanas, de 9 a 9.30 horas, en el mismo horario de las misas. Radio El Mercurio del CB 138, por ejemplo, transmitía en su “Hora del Evangelio” de aquel período lecturas religiosas, las que se hacían en cadena con Radio La Serena y Radio Caupolicán de Valparaíso. La homilía de algunas de estas transmisiones estuvo a cargo del presbítero Alejandro Huneeus Cox en aquellos años, acompañadas de la misa “Cun Júbilo", sesiones de coro gregoriano, himnos y charlas bíblicas realizadas también por el padre Daniel Iglesias Beaumont.
Por la misma época, la Iglesia Metodista realizaba también una gran cantidad de actividades durante el período de Adviento. El bello templo en Santiago de la Primera Iglesia, en avenida Portales con calle Cueto, ofrecía jornadas con estudios de la Biblia a cargo del pastor Pedro Zottele, mientras que en el de la Segunda Iglesia, en Sargento Aldea 1045, el sermón era seguido de presentaciones con música sacra. La agenda de eventos del Adviento incluían varias otras sedes en Santiago, centradas fundamentalmente en las enseñanzas bíblicas.
El Adviento ha logrado inspirar formas de celebración bastante profanas y de factura un tanto reciente en Hispano América, sin embargo, como la Alborada de Colombia: el 1 de diciembre es recibido desde el día anterior con una ruidosa fiesta de fuegos artificiales y tiros explosivos, parecido a la Noche de la Alborada de la Virgen de la Asunción en Valencia. Aunque tendría raíces en costumbres populares, la Alborada colombiana comenzó a ser promovida a inicios del siglo XXI por narcomafias de Medellín, por extraño que suene. Se señala como principal responsable a don Berna, alias de un ex guerrillero y colaborador de la policía en la persecución y caída de su adversario, el capo Pablo Escobar. “La Navidad no llega: ¡estalla!”, es uno de los lemas de la bulliciosa fiesta.
Volviendo a Chile, algunas familias respetuosas de las tradiciones cristianas continúan reservando tiempo y esfuerzo al Adviento en sus hogares durante cada mes de diciembre, haciendo infaltable la tradicional corona floral con velas. Resistiendo a exotismos y excentricidades como la descrita, el sentido principal que se da tanto para católicos como para protestantes continúa siendo el de la esperanza por el regreso de Jesús, y se reza en el período el llamado Rosario de la Esperanza. "No se trata de esperar algo que ya sucedió, sino de prepararnos para la segunda venida de Cristo", dijo al respecto en diciembre de 2023 el obispo de Iquique, Isauro Covili Linfati.
Sin embargo, dentro de las costumbres y ritos actualmente vigentes en la sociedad chilena y con la Iglesia enfrentando sus propios vientos en contra, el Santo Adviento parece haber perdido mucho terreno. Comparado así con la forma en que era practicada la tradición otras épocas, cuando su símbolo y ejercicio fueron más populares y compartidos en toda la espera de Navidad, se hace obvio que hay un gran retroceso.
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