Llegada y evolución del pesebre de Belén
Escena del Nacimiento de Belén, de camino a "americanizarse" en el Virreinato del Perú. Imagen de las páginas de "Nueva Corónica y Buen Gobierno" de Felipe Guamán Poma de Ayala, hacia 1615.
Una perfecta representación de un
pesebre indocolonial peruano -ya de camino a “americanizarse”- aparece entre las
páginas de la famosa “Nueva Corónica y Buen Gobierno” del cronista de ascendencia inca Felipe Guamán Poma de Ayala. Uno se titula "Nacimiento de Iesvcristo en Belen" y muestra un establo techado con la Virgen María y José de Nazaret orando ante el Niño Jesús, quien está al centro de la escena. En otra versión de la misma y que el cronista titula "Qvinta Edad del Mvndo des(de) el Nacimie(n)to de Gesvcristo", aparecen también un bovino y lo que parece un equino asomando por atrás de la Sagrada Familia.
En las sencillas e ingenuas ilustraciones de Guamán Poma de Ayala, la octogonal Estrella de Belén brilla al fondo del Nacimiento. Fueron elaboradas hacia 1610-1615, muy posiblemente bajo influencias
jesuitas establecidos en el Virreinato del Perú. Representan, por lo tanto, la escena típica presente en el imaginario religioso de los tiempos coloniales.
Años después, en su crónica de 1646 sobre Chile, el padre jesuita Alonso de Ovalle señala algunos antecedentes del pesebre en las representaciones hechas por indígenas de Santiago durante la Pascua de Resurrección, realizando procesiones callejeras con una efigie del Niño Jesús. Este se presentaba allí caracterizado con rasgos indianos nativos, en un anticipo del pesebre “chilenizado” que se verá después, asumiendo así elementos localistas y criollos para la representar la escena de Belén. Agrega Ovalle que, en la Pascua de los Negros cada 6 de enero, las cofradías de afrodescendientes sacaban 13 pares de andas con el Nacimiento.
Empero, las tradiciones y símbolos navideños más trascendentes de la cultura occidental procedían desde una vieja influencia franciscana, no exactamente de la ignaciana, por mucho que el mundo jesuita haya ayudado a configurar aspectos gráficos y estéticos en ella. Además, la coincidencia de las estaciones cálidas del hemisferio sur con la Pascua de Navidad permitía la presencia de otros elementos vivos y coloridos para adicionar a las tradiciones importadas desde Europa: frutas, flores y cuelgas de naranjas en las celebraciones, por ejemplo, dando más sabor y colorido a las mismas. Los festivos ramitos de albahaca tampoco faltaban acá, como reminiscencia del pasado rotundamente agrícola de la sociedad chilena. Las monjas, por su parte, solían regalar algunas canastas dulces y jugosas naranjas.
Al avanzar esos mismos tiempos
coloniales se iría volviendo una especie de obsesión de las clases más
acomodadas el desafío de armar los mejores pesebres de la ciudad, como si esta
ya no estuviese bastante hermoseada y ornamentada para la ocasión. Esta
tradición pesebrera también estaba vinculada a San Francisco de Asís, quien
había montado una escena del Nacimiento en la gruta donde estaba la Ermita de Greccio, en Italia, ayudado de
un soldado llamado Juan, previamente a la misa de Navidad de 1223 y para facilitar la comprensión de los lugareños de las descripciones que se hacían sobre el nacimiento de Cristo. Este fue el punto de partida para el pesebrismo en occidente, aunque la mitología comparada también ha señalado ciertos paralelismos entre el símbolo del Nacimiento y representaciones pertenecientes a antiguas creencias del viejo mundo, existiendo probablemente un grado de sincretismo con raíces en ellas, tema que no ha estado exento de polémicas.
Para su pesebre viviente, San Francisco se habría valido de
actores humanos elegidos entre los vecinos y animales del mismo pueblo, como un buey y un burro. Se representó a los personajes y se reconstruyó la escena de
acuerdo al Evangelio de San Lucas, pero imitando una puesta que él había tenido ocasión de
presenciar en su visita a Belén, pidiendo autorización hacer lo mismo al papa
Honorio III. Así, aunque pudieron existir reconstrucciones previas del nacimiento de
Cristo, todo indica que la popularización de esta escena en las
Navidades se hizo tradición a partir de aquella presentación que hiciera San
Francisco. Desde ese momento el pesebrismo se expandió primero gracias a los mismos
sacerdotes franciscanos y luego por las monjas clarisas, pasando desde Europa al
Nuevo Mundo. Sólo entonces comenzó la influencia y difusión de los jesuitas para el mismo en suelo americano.
La tradicional doctrina e influencia animalista de San Francisco de Asís también se refleja en la escena del Pesebre de Belén.
"La Natividad", detalle del retablo de Santiago El Mayor en el Museo Diocesano de Tarragona, Cataluña. Antigua representación del Nacimiento realizada por el pintor Juan Mates en el siglo XV.
"Qvinta Edad del Mvndo des(de) el Nacimie(n)to de Gesvcristo", con otra escena del Nacimiento de Belén presentada por Felipe Guamán Poma de Ayala hacia 1615. La Sagrada Familia se acompaña de animales, como en un típico pesebre navideño. Fuente imagen: sitio Det Kgl. Bibliotek de Dinamarca.
"Nacimiento de Cristo" por el artista Vicente Castelló y Amat, siglo XIX, Museo Lázaro Galdiano de Madrid.
La marcada presencia de animales en el diorama de Belén (vacunos, ovejas, equinos, caprinos, etc.) puede ser otra impronta dejada por el santo italiano en la tradición, pues se sabe que Francisco de Asís pedía que, en Navidad, los propietarios de animales, ganado y mascotas les diesen el doble de ración alimenticia como aguinaldo. De hecho, hubo una época en que se hacía una Oración por los Animales similar a la que tiene lugar en su propio santoral, con personas llevando mascotas o seres de corral para recibir bendiciones, recordando así que el Salvador nació entre bestias hermanas menores de los hombres, estando ellos entre los primeros testigos de aquel suceso.
Más tarde, las representaciones del pesebre fueron reemplazadas por figuras de arcilla o madera tallada, siempre con Jesús, José y la Virgen María como personajes centrales, más los animales de la escena, los Reyes Magos, los pastores, la estrella de Belén coronando el establo o gruta y algunas otras adiciones. San Cayetano de Thiene habría sido el impulsor de estos pesebres de figuras artísticas, escultóricas o de talla en madera a partir de 1534 en Nápoles, según la tradición. Los pesebres vivientes no se acabaron, sin embargo: en los autos sacramentales de Navidad se seguían haciendo cándidas representaciones del Nacimiento con actores de carne y hueso, puestas en escena a cargo de las familias coloniales más pudientes de las ciudades.
Las instalaciones o montajes de escenas de Belén con piezas elaboradas por artesanos y artistas también se harían en Chile una vez bien instalada ya la tradición. Empero, fueron agregándose a la composición diferentes personajes que no formaban parte del cuadro universal, los que aparecían realizando oficios propios (pastores, campesinos, carpinteros, artesanos, etc.) alrededor de la misma Sagrada Familia. El cultivo de la misma tradición a nivel rural, además, especialmente en el entorno de las ciudades, también hizo crecer el bestiario del pesebre: vacas, ovejas, burros, cabras, gallinas, gallos, bueyes y patos.
Es un hecho que el conocimiento del Pesebre de Belén debió llegar con los primeros conquistadores, al menos en sus conceptos generales. Sin embargo, también fue desarrollado y fomentado por sacerdotes franciscanos establecidos en la Capitanía de Chile, considerando su lugar pionero como orden religiosa establecida en Chile. Desde allí iría adoptando los descritos aspectos criollos y propios de la identidad local, comenzando a "americanizarse" en las colonias y luego a "chilenizarse" en el país, paulatinamente. Influjos posteriores sobre la tradición podrían atribuirse a inmigrantes germánicos, itálicos y católicos de otras procedencias, además.
A pesar de lo aristocráticas que llegaron a ser por entonces las “competencias” por ofrecer los mejores pesebres en las ciudades, la tradición de origen colonial demandaba la generosa actividad de carpinteros, talabarteros y artesanos varios, quienes a veces regalaban su trabajo a la fe diseñando, confeccionando y levantando tales Nacimientos de Belén en las Iglesias o en los solares más nobles. El pesebrismo saltó, así, a las residencias del pueblo y también hasta edificios institucionales o salones comerciales.
Las piezas más valiosas representando belenes o la Sagrada Familia, sin embargo, solían provenir de artistas peruanos y ecuatorianos fabricantes de labrados, policromados, fanales y retablos, obras representantes del barroco mestizo o criollo y del que hay hermosas piezas en exhibición en los museos del Carmen de Maipú, de la Merced y de San Francisco, por ejemplo. De hecho, los fanales de la escuela quiteña eran obsequios de gran valor monetario y artístico que se daban entre las clases más altas, algunos con escenas del Nacimiento, la Sagrada Familia y otros sólo con el Niño Jesús. Confeccionados con madera al yeso finamente policromada, además de piezas de piedra, cera, tela, papel y madera, en los conventos y claustros se los atesoraba con particular interés. Con el correr del tiempo se les adicionó la cúpula de vidrio característica de estas artísticas piezas, separando con ella la sacralidad de la imagen interior de lo profano de afuera y, por supuesto, los peligros en sus manipulaciones o de su exposición a elementos exteriores.
Retablo con escena del Nacimiento en el Museo del Carmen de Maipú. Obra de escuela quiteña en madera tallada y policromada del siglo XVIII. Donación de doña Amparo Martínez en memoria de doña Chita Ortúzar de Blasco Ibáñez.
Fanal con escena de la Sagrada Familia en el Nacimiento de Belén. Obra del siglo XIX estilo escuela quiteña, en madera tallada y policromada, más detalles en plata, con la cúpula de cristal. Donada por el señor Víctor Figueroa al Museo del Carmen de Maipú.
Las escenas e iconografías tradicionales de la escena del Nacimiento de Cristo fueron bien conocidas en el Chile colonial y del primer siglo republicano. Grabado que forma parte de la obra "Die Bibel in Bildern" de 1860, de Julius Schnorr von Carolsfeld.
Imagen de la Sagrada Familia (Jesús, José y María), en los muros exteriores de la Iglesia de la Vera Cruz, en calle Lastarria con Padre Luis de Valdivia.
Curiosamente, la Iglesia no vio con tanta simpatía la presencia de pesebres afuera de sus palizadas, sin embargo. Menos habría estado dispuesta a tolerar en silencio la adopción que se estaba haciendo de la fiesta en las antiguas chinganas y ramadas durante aquel siglo, entre otras formas de popularización de sus símbolos que persistieron hasta tiempos republicanos. Tras varios atisbos de reclamos en el territorio chileno y por exigencia del obispo Alday y Aspée, el Sínodo de Santiago de 1763 estableció directamente una restricción a los montajes de aquellas representaciones navideñas:
La segunda parte de este precepto, que mira al culto de Dios prohíbe, con la mayor razón, en esos días, aquellos pretextos de devoción, que comúnmente ocasionan ofensas de la Divina Majestad, como son los Nacimientos, que en la Pascua de Navidad y los Altares, que en las Fiestas de Nuestra Señora u otras semejantes, se forman en algunas casas, exponiéndose públicamente e iluminándose de noche, con que hay concurso de ambos sexos con bastante desorden, y así manda este Sínodo: no se hagan tales nacimientos, ni altares en la forma expresada, pena de excomunión mayor, declarando, no se prohíben los que en alguna pieza secreta y sin permitir concurso, se hicieren para que los de la familia hagan oración a Dios.
La tremendista medida, que en la
práctica impedía armar pesebres en casas particulares y en lugares públicos si
no eran escondidos en algún rincón de los mismos, llegó a ser imitada en Perú
durante el Sínodo de Lima de 1772. Sin embargo, como la costumbre ya estaba
enraizada en las clases más pudientes y la Iglesia no tenía el mismo poder de
antaño sobre las autoridades, no pudo contener del todo la ya instalada
práctica y debió ver resignada cómo continuaría vigente por largo tiempo más.
En tanto, aunque con el pasar de los años se iba a hacer preferencia montar los pesebres y dar inicio al período de Navidad hacia el día de la Purísima, el inicio del Adviento o bien de la Novena, la vieja tradición exigía que los belenes de carácter oficial o público armados con antelación, recibieran al Niño Dios alrededor de la medianoche del 24 al 25 de diciembre, coincidente con la llamada Misa del Gallo de la Nochebuena. Generalmente, en ese momento de gran solemnidad pero alegría devota se colocaba al bebé en su cuna o canastillo. Esta es la costumbre que también se conserva en la Misa del Gallo de varios templos, precisamente.
En aguas mucho más elegantes y refinadas de la sociedad colonial santiaguina más tardía, elogiando el pesebre familiar de doña Paula Verdugo (la madre de los hermanos Carrera), doña María Luisa Esterripa de Muñoz, esposa del gobernador Muñoz de Guzmán, redactó una breve pero interesante carta fechada el “último día del año 1803”. Esta misiva iba dirigida por la remitente a doña Dolores Aráoz y Carrera (hija de doña Damiana de la Carrera y prima de los próceres de su apellido) y, decía la parte que nos interesa de su texto, contextualizando también sobre la fiesta navideña:
Mi muy querida amiga: Recibo en este día el pescado y la hermosa ternera que se sirve Ud. remitirme como fineza de su cariño, cuya memoria me ha sido del mayor aprecio. Doyle a Ud. infinitas gracias. Celebro mucho que mi señora doña Damiana vaya restableciéndose. Hágale Ud. en mi nombre las más finas expresiones, como también al señor don Ignacio y otros reciban de las Muñoz y Luchita, que me dice muchas cosas para Ud.
Esto ha estado en la Pascua muy divertido, los tres días muy brillante y concurrido el paseo y teatro, muchos carruajes nuevos, las damas muy petimetras.
Anoche he visto el nacimiento de mi señora doña Paula Verdugo que está precioso.
Son las novedades que ofrece nuestro Chile por ahora, donde siempre puede Ud. contar tiene una verdadera amiga que la aprecia de corazón y S.M.B.
Ya a principios del siglo XIX y en los albores de la Independencia, cuando las formalidades de la fe habían firmado el implícito pacto de paz con la fiebre y encanto popular con el Nacimiento de Belén, era frecuente que el espacio para montar los grandes pesebres fuera proporcionado aún en iglesias y conventos, además de algunas sedes pertenecientes a la administración municipal, las plazas y las infaltables casas de familias acomodadas. Estas últimas dejaban sus puertas abiertas a quienes quisieran conocer los espectaculares Nacimientos de Belén que habían dispuesto, además, en varios casos importados. En otros, seguían siendo representados por los Retablos de Belén con actores y animales reales.
Finalmente, cabe indicar que también había surgido un gran
comercio y obsequios de piezas típicas de la época, destacando casos como el de
las exquisitas cerámicas perfumadas que fabricaban las monjas claras en su
convento ubicado en donde hoy está la Biblioteca Nacional y que servían, además,
como aromática decoración del período y ganancia de algunos tenderos.
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