Un distrito pesebrero en Recoleta
"Visita al pesebre", ilustración de la "Lira Popular" a fines del siglo XIX. (Fuente: "Aunque no soy literaria: Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX" de Micaela Navarrete). La fe popular siempre estuvo en el alma de los chimberos.
Antes de la adopción y consolidación comercial de la figura del Viejito Pascuero en Chile, a inicios del siglo XX, la Navidad en la ciudad de Santiago se celebraba fundamentalmente con rasgos tradicionales más genuinos, propios de la costumbre cristiana criollizada pero manteniendo también su esencia religiosa y espiritual. Estas características se habían ido forjando en tiempos coloniales y durante buena parte de la República, tal vez durante todo el siglo XIX.
Prueba de lo anterior eran las famosas ferias navideñas de la Alameda de las Delicias, realizadas todavía hasta años del Primer Centenario, las ventas de pesebres y retablos en tiendas religiosas como la Casa Jeanne d'Arc y las curiosas competencias por montar el más hermoso pesebre de cada barrio antiguo de la capital, costumbre proveniente de tradiciones practicadas por las familias aristócratas de antaño, habiendo registros de ella previos a la Independencia, de hecho. Por alguna razón, sin embargo, la tradición pesebrera encontraría especial lealtad entre los vecinos de La Chimba de SAntiago, en los barrios cercanos a la Recoleta de San Francisco y su plaza, tal vez fieles a la misma tradición franciscana que dio origen a las representaciones del nacimiento de Belén.
Al respecto, es sabido que la historia del Pesebre, Establo o Nacimiento de Belén está vinculada en su origen a San Francisco de Asís, quien montó una escena del Nacimiento en la Ermita de Greccio, en Italia, ayudado de un soldado llamado Juan, al aproximarse la Navidad de 1223. Se valió para esto de actores humanos que representaron a los personajes del pasaje del Nuevo Testamento, recreando la escena según la información del Evangelio de San Lucas (“Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento", Lucas 1, 2) y la representación que el mismo santo tuvo ocasión de presenciar en una visita a Belén, pidiendo autorización hacer lo mismo en Greccio al Papa Honorio III. Así, aunque pudieron existir reconstrucciones del nacimiento de Cristo anteriores a la de San Francisco, todo indica que la popularización de esta escena se hizo tradición desde allí en cada año, primero por parte de los sacerdotes de su Orden Franciscana y luego con las monjas de la Orden de Santa Clara.
Y fue por esa vía y manera como el famoso donado e ilustre postulante a santo en Chile, fray Andresito, escribía hacia 1840 estos versos para amenizar los comedores de la Recoleta en donde se alimentaba a los menesterosos y desamparados del lado chimbero de la capital:
Nació en un pesebre
En pobres pañales,
Sin tener compañía
Sino de animales;
Con la compañía
De un buey y un juramento.
El Nacimiento se representó muchas veces en el Chile colonial con los llamados autos sacramentales, precursores de la actividad teatral. Las familias más pudientes también se obsequiaban finos fanales con imágenes o retablos del pesebre, la Sagrada Familia o el Niño Jesús solo en su interior. Después se hicieron los dioramas de diferentes tipos y tamaños valiéndose de figuras de arcilla, cerámica o madera, siempre con Jesús, José y la Virgen María como centrales. La representación varía entre un establo, un corral, una caverna o un granero. En realidad, el lugar en donde llega al mundo Jesús debió ser una posada o sótano, según una traducción literal del texto en griego, lugar especifico que la tradición cristiana señala bajo la Iglesia de la Natividad de Belén: una caverna subterránea y no un pesebre como el que hoy identificaríamos por tal. Hay algunas reliquias en el mundo sobre el supuesto pesebre, sin embargo, como los fragmentos de madera que se atesoran en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Representación de un auto sacramental en el siglo XVII. Estas puestas en escena servían también para las representaciones del Nacimiento de Belén y otros episodios relacionados con la tradición navideña. Ilustración de J. Comba publicada en "Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra" de Luis Astrana Marín, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Cabeza de San Juan Bautista, obra de madera tallada y policromada de escuela sevillana, siglo XVII. Aunque hoy parezca tétrico, estas imágenes del bautista decapitado pudieron ser parte de las ornamentaciones coloniales de la Pascua de Navidad, a veces junto a los pesebres y retablos o bien formando parte de las puestas en escena de autos sacramentales y representaciones del Nacimiento de Cristo. Pieza en exhibición en el Museo del Carmen de Maipú.
Plaza e Iglesia de la Recoleta Franciscana en 1855. Lámina publicada en "Historia y devociones populares de La Recoleta Franciscana de Santiago de Chile. 1643-1985" de Juan Ramón Rovegno.
Plaza e Iglesia de la Recoleta en 1905. Imagen perteneciente hoy a las colecciones del Museo Histórico Nacional.
Imagen de un ostentoso y recargado pesebre elaborado al estilo antiguo, en la revista "Sucesos", enero de 1909.
Como mejor ejemplo de las disputas que llegaría a generar en Santiago el afán por mostrar a la ciudadanía la mejor escena del Nacimiento de Belén, entonces, se dio el notable pero ya olvidado caso recoletano especialmente por donde está hoy el muy transformado barrio comercial de Patronato, Santa Filomena, la Iglesia Ortodoxa de San Nicolás y las cercanías del Mercado de La Vega. Todo aquel vecindario fue denominado Distrito de los Nacimientos por el singular fenómeno de la temporada, cuando pasaba a ser la reunión más importante de tales instalaciones devocionales que conociera Santiago hacia fines del siglo XIX e inicios del XX.
Además de los cantos folclóricos y villancicos cantados ante las instalaciones y dirigidos especialmente al Niño Dios, la costumbre de larga data era que aquellos Nacimientos recibieran ofrendas en alimentos, bebidas o juguetes por parte del público. Tales aguinaldos después eran repartidos a los más necesitads. Muchos trabajadores modestos de la madera o la cerámica hacían sus aportes también, participando de la fabricación de los elementos usados en la escena.
La tradición había surgido con fuerza entre los santiaguinos de tiempos coloniales, cuando el Nacimiento era representado en los mencionados autos sacramentales y durante las procesiones religiosas, aunque no siempre coincidentes con el período de la Navidad. Ya después de la Independencia, muchas veces se lo presentó ante el público armado con varias mesas alrededor de una principal en donde estaban el Niño Jesús, María y José, acompañados por los pastores y los Reyes Magos, figuras bases del posterior pesebre popular. En las otras mesas o altares del conjunto se recreaban episodios de la vida de Cristo durante su infancia, además de pasajes bíblicos del Nuevo Testamento como la Inmaculada Concepción o la decapitación de San Juan Bautista.
Cabe comentar que no extraña en nada el que la vida espiritual y conservadora de la vieja Recoleta haya mantenido tales costumbres hasta aquellos tiempos de la República, fieles a la fe cristiana pero también a los impulsos profanos de la soberbia humana que subyacían en estas exhibiciones, más allá del lado popular que pudieron llegar a tener. En su "Novelario del 1900", por ejemplo, Lautaro García hace un retrato perfecto sobre el ánimo y los móviles imperantes en aquellos barrios en la ribera norte del río Mapocho:
Hay gente que cree que la Recoleta siempre ha sido un barrio de Santiago. No es posible que semejante afirmación municipal, valedera solo desde el año 1910, año crucial de su separatismo, siga hecha carne en el convencimiento de los santiaguinos y altere la verdadera historia de la vieja barriada.
Hasta el Centenario de nuestra independencia nacional, la Recoleta llevó una vida completamente provinciana. Ningún otro barrio fue tan separatista, ni la misma Cañadilla, su hermana. Esta, al vivir separada del verdadero Santiago por el Mapocho, igual que ella, por ser el camino de salida hacia el norte y los Andes, siempre tuvo ese vínculo intenso de los viajeros y los caminantes.
Desde su origen, confundido con el primer alto de las huestes de don Pedro de Valdivia en el verano de 1541 junto al río, hasta su reconocimiento comunal en los primeros tiempos republicanos, hizo vida independiente del centro de la ciudad. El espíritu de cohesión regional de sus habitantes, la tolerancia mutua en materia de ideas políticas, y sobre todo, el bastarse a sí misma en su vida material, hizo que la Recoleta adquiriera definidos y fuertes contornos propios.
Por su misma conformación urbana, limitada al sur por el Mapocho, al oriente por el cerro San Cristóbal, al norte por el Blanco y al poniente por la Chimba colonial, con sus quintas y su avenida central poblada de ramadas la mitad del año, la Recoleta adquirió los caracteres de una vida aparte. Como tal, vivió separada del casco de la ciudad por varios kilómetros de orgulloso aislamiento.
Contribuyó enormemente a desarrollar el resentimiento regional el que los dos cementerios de Santiago, se situaran en sus extremos, apartándolo así, como a un barrio de mortal olvido. Pero la Recoleta contrarrestó la condena de fúnebre tristeza con los huertos floridos de sus quintas, las almenadas murallas de su cuartel militar, donde el Regimiento Buin vivió casi medio siglo, la torre con reloj que aún canta las horas de la Recoleta Franciscana y las románicas columnas de la Recoleta Domínica.
Fueron los viejos barrios donde había estado de visita y alojado el sacerdote Giovanni Mastai Ferretti a inicios de la República, además, antes de llegar a ser el papa Pío IX. Resultado de aquella introspección material e imaginaria de los recoletanos heredada de tiempos decimonónicos fue el permanecer aferrados a muchas viejas tradiciones, las que aún eran visibles en años recientes entre sus habitantes, como la masiva concurrencia a los cementerios al iniciar cada noviembre, su participación en las celebraciones de Semana Santa con la "quema de Judas" representado en una efigie y la popularidad que tuvo la Fiesta de Cuasimodo en esos mismos vecindarios. La Navidad y sus pesebres, por supuesto, formaban parte de estas mismas tradiciones familiares y barriales de Recoleta, vividas con menos cinismo que en el caso de los cercanos barrios de avenida Independencia, la ex Cañadilla de la avenida Independencia, perpetuamente colmada de vida bohemia, quintas y remolienda.
Piezas de cerámica perfumada de las monjas clarisas, cuyo convento quedaba en donde está ahora la Biblioteca Nacional de Santiago. Esta cerámica era muy apetecida especialmente en el período de fiestas de fin de año. Imagen de 1960, publicada en Memoria Chilena.
Un pesebre de estilo rural y tradicional chileno. Fuente imagen: revista "En Viaje", 1967.
Integrantes del Ballet Folclórico Nacional (BAFONA) llevando un pesebre tradicional en una recreación del rito popular de instalar el Nacimiento. Imagen publicada en el diario "La Nación" del 28 de octubre de 1969.
El pesebre del Santuario de la Inmaculada Concepción, en la cima del cerro San Cristóbal.

Otra vista del pesebre a tamaño natural del Santuario del cerro San Cristóbal.
En su libro sobre la historia de los barrios de La Chimba, Carlos Lavín también recuerda a los conservadores y contemplativos vecinos quienes residían en las cuadras del Distrito de los Nacimientos, participando con sus infaltables pesebres y retablos de la gran cantidad de escenas de Belén allí armadas. Como era de esperarse, entonces, todos los esfuerzos de la informal competencia, sin jurado ni más premios que el honor, se comprometían en ofrecer a los paseantes y vecinos el más reluciente y hermoso montaje con la escena del Nacimiento. Habían convertido, de esta forma, un asunto de fe en una demostración para complacer orgullos familiares... Lo divino y lo humano, anudados en plena Navidad.
En calle El Manzano llegando a Eusebio Lillo, por ejemplo, destacaron los pesebres de las hermanas Azola. Su gran diorama religioso era, generalmente, el más bello y completo de todos los que podía ostentar Recoleta durante aquel período. Lo montaban dentro de su enorme propiedad y solían acompañar su inauguración con grandes fiestas, pero recibiendo también asistencia de amigos y devotos para consumar la grandilocuente instalación, a veces gracias a donaciones y aportes de figuras por parte de amigos y vecinos. Las Azola fueron las grandes protagonistas, entonces, de tan antigua tradición y folclore pesebrero, como sigue informando Lavín:
No por ser las más veladas es la menos significativa entre las reviviscencias de aquel siglo, la reconstrucción del "distrito de los nacimientos" que abarcaba algunas callejas cercanas a la Recoleta. Era materia de rivalidad del vecindario, y a fines del otro y comienzos de esta centuria, la representación escultórica del Nacimiento de Jesucristo en el Portal de Belén, por los días navideños. La más completa y valiosa reconstitución la hacían las hermanas Azolas en su vastísima casa de Manzano casi esquina Lillo, compitiendo con María Muñoz en Andrés en Andrés Bello y con las Jofré de la calle de los Hermanos (Santa Filomena), las Marques, la señora Bulgada y la señora Cerón, en la calle de Lillo y otras instalaciones de carácter exclusivamente familiar. Debe recalcarse esta condición porque la fiesta de las Azolas hizo época atrayendo promeseros de Renca y Quilicura, que se confundían en cuatro piezas ornadas por hábiles pesebristas. Se cantaban villancicos auténticamente hispanos como “En el portal de Belén” o la “Albada de Navidad” con acompañamiento de piano, arma y guitarra y se entonaban alabanzas a las santas del barrio: Sor Ventura Fariña Andonaegui y la Beatita Benavides. Venían desde Lampa y Batuco rosadas, fornidas y orondas aldeanas para aportar sus ofrendas campestres al “niño Dios”, prolongándose la ritual celebración los días que durara el abastecimiento de cuatro aposentos atiborrados de viandas, frutas, dulces y bebidas donados por los fieles.
Como se ve, entonces, el Nacimiento de las Azola no estaba solo y debía competir con otros igualmente famosos dentro del belenístico distrito chimbero. Al respecto, otra famosa vecina y también adicta a armar tal grandes pesebres había sido doña Dolores Bulgada, la esposa del reputado señor Baldomero Pizarro, cuya atractiva residencia destacaba en calle Lillo. En los tiempos de Lavín, sin embargo, sólo se conservaba el frente de aquel estupendo inmueble, y no su parte posterior perdida con la apertura de la calle Patronato. Esta modificación se llevó los salones en donde doña Dolores solía realizar célebres tertulias y encuentros recreativos, pues era "la principal animadora de la vida social de la barriada", fuera del hecho de que también "ella estimulaba en los días navideños las celebraciones religiosas en los hogares vecinos".
Doña Dolores Cerón, en tanto, instalaba su Nacimiento de Cristo en la bonita y amplia quinta que tenía cerca de calle Río de Janeiro, ubicada de frente a calle Lillo y cerrando esta misma vía, en el actual barrio Patronato. De acuerdo a lo que señala Lavín, ambas señoras Dolores habían reanudado "la tradición de las piadosas y humildes cecinas de Manzano y Andrés Bello y establecieron una prolongada competencia con sus místicas reuniones", allí en el particular Distrito de los Nacimientos de la vieja Recoleta.
Según todo indica, la práctica y vocación pesebrera seguía
siendo parte importante del folclore y la identidad local de los recoletanos hasta los inicios
del siglo XX y un poco después. Coincide e inicio de su retirada más o menos con la época del Centenario Nacional
reportada por García, cuando Recoleta comenzó a ser absorbida en muchos aspectos
e instancias por la ciudad santiaguina y su modus vivendi, además del alejamiento de las familias más pudientes desde aquellos barrios.
A pesar de todo, aún quedan algunos ejemplos de pesebrismo a escala natural o para exhibición pública en los reinos de Recoleta. Además de los que se arman en los templos recoletanos de los sacerdotes franciscanos y dominicanos está el gran montaje en piezas de madera y con ornamentación criolla que, año a año, aparece en la cumbre del cerro San Cristóbal, en el Santuario de la Inmaculada Concepción.
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