Presentación de este sitio: la Navid... Digo, la Pascua en Chile
Árbol de Pascua en la Alameda de las Delicias, entre Ahumada y Estado, en la Navidad de 1928. Imagen de los archivos fotográficos de Chilectra.
La Navidad de Chile, nuestra Pascua de la Natividad del Señor, es un notorio hibridismo cultural: asume, por un lado, las influencias de la cultura internacional sobre las tradiciones de la fiesta, con una gran cantidad de elementos adoptivos e importados; pero, por otro, carga también con una interesante cantidad de elementos que se fueron adicionando o acomodando a este mismo terruño. Del mismo modo, sus rasgos religiosos y devocionales propios de una fiesta santoral han ido cediendo espacio a expresiones más laicas y seculares de las tradiciones de fin de año, al punto de ser aceptada incluso entre familias que no profesan ni comparten credos cristianos.
Aquella a tendencia a cerrar el año con la Pascua de Navidad, no exclusivamente chilena, sin embargo se mantuvo por largo tiempo en la sociedad de la República como una curiosa característica. Prueba de ello era la costumbre de muchos citadinos: escapar a balnearios y pueblos de retiro justo después de la fiesta, en tiempos cuando no se conocían aún Santa Claus, ni los pinos navideños.
Más todavía, la celebración navideña en Chile se volvió sumamente parecida a las Fiestas Patrias durante el siglo XIX, incluyendo la presencia de fondas, alegres sesiones de cueca con canto a la rueda y el montaje de extraordinariamente grandes ferias comerciales durante el período, destacando entre todas ellas la que existía en la Alameda de las Delicias de Santiago y se armaba especialmente para recibir la Nochebuena.
El comercio, en cambio, siempre atento a las tendencias de la moda europea, comenzó a internacionalizar la Navidad a partir de sus propios soportes y propuesta. Con el tiempo, entonces, llegó a darle el acento infantil con el que recibe a la siguiente centuria y que se conserva en gran parte hasta nuestros días. La atención en los niños hace que la fiesta se vuelva permeable a nuevas figuras y referentes de la misma: el Viejito Pascuero, la cena de Nochebuena con pavo, el pino de Navidad, las apelaciones al invierno en pleno inicio del verano austral, la creencia en los duendes fabricantes de juguetes, etc.
El ponche navideño de versiones más internacionales tendrá una sólida versión nativa: el sabroso cola de mono. En tanto, el panettone y los panes de frutas también serán adaptados al gusto nacional, surgiendo así el infaltable pan de Pascua. Del mismo modo, el pesebre chileno se criolliza, hasta se folcloriza: su establo se convierte en una fonda o corral de campo, sus pastores se transforman en huasos, los caballos aparecen con monturas y la decoración de la escena incorpora cerámicas típicas, guitarras en miniatura, ofrendas de granos y cereales, ruedas de carretas, etc.
La Pascua de Navidad era ya una fiesta popular, en consecuencia, equilibrada entre la fe más devota y la celebración más profana. En cambio, el Año Nuevo se asomará sólo unos días después como una preferencia más refinada y de alta sociedad, al menos al principio, llegando a ser celebrada con champagne, bailes de máscaras, banquetes más elegantes y fiestas de grandes vestidos. Increíblemente, todavía a principios del siglo XX la diferencia entre ambas fiestas eran sus connotaciones de preferencias de clases, dejando al descubierto parte de los cortes profundos que ha hecho en el país el cortapizzas social.
Sin embargo, como era inevitable que sucediera y como ha ocurrido ya en muchos otros ejemplos, al final se impondría el rasgo popular por sobre la fiesta. Este llegará clavando su bandera de conquista sobre todas las tradiciones decembrinas que cierran cada año, de hecho.
El camino dejado por la Pascua de Navidad en Chile es tan extenso como puede suponerse en todos aquellos rastros, pero también se ve plagado de confusiones, mitos, grandes olvidos y zonas oscuras en las que hay poca observación disponible a las investigaciones. El propio valor de la Natividad del Señor como fiesta pública parece ser fluctuante y a veces contradictorio, aunque casi siempre echando a competir elementos foráneos de su identidad con los que fueron capaces de gestarse en Chile. Así, mientras los críticos de la celebración ponen énfasis en aquellos, sus defensores siguen aferrados al encanto general de lo que fueron las navidades criollas y “a la chilena”, a pesar de lo mucho que han retrocedido ya sus rasgos más folclóricos o típicos favoreciendo a las nuevas adopciones internacionales.
La Navidad de lo que podríamos denominar como la época dorada de la bohemia y el espectáculo en Chile, más allá de entregarnos a las tentaciones idealizadoras, melancólicas o romantizadoras del síndrome de la edad de oro, claramente sacó a las familias de sus casas y las llevó a celebrar ahora en reputados restaurantes y boîtes de la época. Quizá se haya tratado de las navidades más alegres de todos los períodos conocidos en Chile, en donde la celebración de la Nochebuena no se concebía sin cena, bailable y espectáculos en vivo.
La fiesta en el hogar, en cambio, era ofrecida de manera diametralmente diferente, en otra de las curiosas contradicciones del ser nacional: se fue volviendo algo definitivamente más íntimo y quitado de bulla, incluso conservando esa prioridad al aspecto infantil, por tratarse los niños de los principales receptores de los regalos. Cultural y emocionalmente, también representaba una ocasión de pertenencia y hasta nostalgia en ciertos casos, como debieron ser las navidades tibiamente celebradas en el frente militar: desde la Guerra del Pacífico hasta las de frías tierras australes durante la Crisis del Canal Beagle, casi un siglo después. Se los presenta también como una fiesta de familiares, amigos íntimos y camaradas, en consecuencia, dejando en el pasado muchos de sus rasgos más desenfrenados y carnavalescos. Así nos ha llegado al siglo XXI, de hecho.
El camino trazado por la celebración navideña en el país, entonces, ha dejado una estela de elementos, ritos, símbolos, tradiciones y referentes que hemos querido recuperar en estas crónicas enteramente dedicadas al tema. Y es que, desde los primeros años de la Conquista hasta nuestros tiempos cada vez más alejados de la observancia religiosa, la Pascua de Navidad ha presentado su esencia con diferentes caras y propuestas apropiadas a cada período, acaso cual reflejo de la sociedad correspondiente. No es fácil, por lo tanto, explicar y hacer comprender a personas de otras culturas y tradiciones los modos que adoptó nuestra Navidad, después de todo aquel camino sinuoso.
Felices Pascuas para todos, entonces, son las que desea este documento en cualquiera época que sea leído, porque aquello que se ha dado en llamar espíritu navideño necesariamente debió ser invocado a lo largo de todo el mismo, así como se manifestará -de un modo u otro- a los interesados en el tema.
El autor,
invierno de
2024
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